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Saludo de nuestro Parroco.

 

I

Me ordenaron sacerdote el 2 de Mayo de 2010. Fue el inicio de una aventura apasionante, una historia de la que Dios es el autor y así va escribiendo página a página cada día de mi vida.  Mi vocación al sacerdocio no fue algo intuido desde siempre, sino que Dios me fue ganando poco a poco y en mi corazón se fue haciendo cada vez más claro el deseo de darle toda mi vida. Y le dije que sí. Feliz y absolutamente convencido de su amor y fidelidad. Y en esas estoy, consagrado a Cristo y desde hace tan sólo un mes, también a la encomienda que el Obispo me ha hecho nombrándome párroco de Ntra. Sra. de la Misericordia.


La parroquia ha sido mi casa desde que era seminarista y para mí, como todas las cosas que me ha dado el Señor, ha sido un enorme regalo en muchos sentidos. Trayéndome a esta parroquia, me ha regalado ser testigo de tantos milagros que el Señor va haciendo en tantas personas; la alegría de animar a mucha gente a dejarse reconciliar con un Dios del que tenían una gran nostalgia y al que paradójicamente rechazaban por haberse hecho una falsa imagen de Él.


Me ha regalado la experiencia de ser sacerdote en las convivencias, en las peregrinaciones, en las JMJ de Madrid…
Porque todo lo que nos ofrece el Señor es una oportunidad para darle gloria y para acoger a nuestros hermanos. Esta certeza, la de que la Iglesia es una familia para todos, me anima a abrir las puertas de nuestra casa a quien se acerque a ella y precisamente por eso creo que la acogida es uno de los pilares fundamentales de nuestra parroquia.


Ser párroco me ha llenado, claro está, de nuevas y variadas responsabilidades, y pido a Dios que me ayude para, ante todo, ser un buen pastor como nos recordaba el Papa Francisco: dar la vida por las ovejas, desgastarme por el bien de cada alma. Porque es difícil no transmitir el Amor que uno ha conocido y que desea que los demás también lo descubran, por eso,  mi lema sacerdotal es: “Hemos conocido el Amor y hemos creído en Él”. 


Y le pido a Dios que me ayude a abrirme cada día a su amor, porque sé que cuando me atrevo a abrir mi corazón a Cristo, a  no tener miedo, como nos animaba San Juan Pablo II, tan especial y querido para mí, puedo experimentar la verdadera alegría. Por eso no puedo parar de dar gracias por todo su amor y fidelidad. 
Os pido a todos que me pongáis en vuestras oraciones delante de la Virgen María, mi Madre de la Misericordia. Para que Ella que siempre ha velado por mí, siga enseñándome a hacer de mi vida una entrega constante, una ofrenda permanente para que Dios que empezó en mí una obra buena, Él mismo la lleve a término.

 


 

José Luengo Coloma

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